En verano de 2017, Genta Ishizuka paseaba por un mercado de Kioto, su ciudad natal, cuando se topó con una malla repleta de naranjas. Sin saber muy bien por qué, esa imagen radicalmente mundana se le quedó impregnada en el cerebro. De vuelta a su taller, aplicó una capa diaria de laca venenosa sobre una docena de bolas de estireno durante semanas y semanas, siguiendo la ancestral técnica del urushi, inventada en Japón en el siglo VII. Así consiguió recrear aquella bolsa de frutas en una escultura, Superficie táctil #11, de casi un metro de altura y un brillo rojizo que casi deslumbra.
Dos años después, aquel chispazo de inspiración le ha valido el Craft Prize de la Fundación Loewe, uno de los premios de artesanía más influyentes del mundo, que se falló ayer en Tokio. «Mi técnica está arraigada en el pasado lejano, así que espero que perviva en el futuro», decía el artesano, de 36 años, minutos después de que su nombre sonara en el auditorio del Sogetsu Kaikan, diseñado por el mítico arquitecto Kenzo Tage, premio Pritzker de 1987.
Anderson, coleccionista desde la adolescencia, se ha embarcado en una misión personal para derruir las fronteras entre el arte y la artesanía. «Las nuevas generaciones ya perciben que las fronteras entre ambas formas de expresión son extremadamente porosas»
El Craft Prize, que este año celebra su tercera edición, es un empeño personal de Jonathan Anderson, el director creativo que, en apenas seis años, ha modernizado radicalmente la imagen de Loewe. «La artesanía es la esencia de la marca», dice el norirlandés, de 34 años.